EL MITO DE LA MASONERÍA EN CORTES DE
CÁDIZ
La creencia de que los diputados de
las Cortes de Cádiz y, en general, el pensamiento liberal de esta
época están dirigidos por las logias masónicas, es completamente
errónea.
José María Queipo de Llano y Ruiz de Sarabia (1786-1843), VII
Conde de Toreno, cursó estudios de Humanidades y Ciencias en
Cuenca, Salamanca y Madrid. Diputado en Cortes de Cádiz
defendiendo la causa liberal moderada votando la Constitución
española de 1812. En 1814 con la vuelta de Fernando VII es
condenado a muerte y confiscados sus bienes por rebelde y se
exilia en Londres y Paris. La Revolución de 1820 le devuelve lo
perdido y pasa a ser Diputado, presidente de las Cortes y en 1834
ministro de Hacienda con el gobierno moderado de Francisco
Martínez de la Rosa. Ocupó la Presidencia del Gobierno el 7 de
junio de 1835 |
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Una de las pruebas de esta actitud de
las Cortes de Cádiz, no sólo no influidas por la masonería, sino de
franca orientación antimasónica, se encuentra en la Real Cédula
fechada en Cádiz el 19 de enero de 1812, en la que se confirma el Real
Decreto del 2 de julio de 1751, y se vuelve a prohibir la
francmasonería en los dominios de Indias e Islas Filipinas. La unión
del trono y el altar en la lucha antimasónica, tan característica del
Antiguo Régimen, es enarbolada de nuevo por las Cortes Constituyentes
de Cádiz, con un significativo preámbulo de lo que iba a ser una
constante a lo largo de todo el reinado de Fernando VII, quien
utilizará contra los masones las dos armas más poderosas a su alcance:
la policía y la Inquisición.
En efecto, con el regreso de Fernando
VII, en 1814, se agudizó la campaña contra la masonería por parte de
integristas y clericales. Si el 1 de mayo de 1814 se derogaba la
Constitución y la obra de Cádiz, unas semanas después, el 24 de mayo
se publicaba en Madrid un Real Decreto prohibiendo las asociaciones
clandestinas por el perjuicio que causaban a la Iglesia y al Estado.
De esta forma Fernando VII establecía claramente la alianza del trono
y el altar en una defensa mutua, ya que de tal «armoniosa unión y
mutua ayuda pendía la felicidad del Reino». Por otro lado la
clandestinidad, o si se prefiere el secreto, quedaban, una vez más,
identificados con un presunto poder en la sombra; poder que, aunque no
se menciona abiertamente, tenía un nombre entonces: la masonería,
contra la que salía al paso el Real Decreto.
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El Hermano
Alberto Rodríguez de Lista y Aragón (Sevilla, 1775 - Sevilla,
1848), matemático, poeta, periodista y crítico literario español,
fue ordenado sacerdote en 1803; colaboró como poeta en El Correo
Literario y Económico de Sevilla (1803-1808) y asumió las ideas
filantrópicas del enciclopedismo, por lo que tuvo que exiliarse
por afrancesado al acabar la Guerra de la Independencia; regresó a
España en 1817 pero, acusado de enseñar doctrinas contrarias a la
religión y al orden, fue expatriado con la caída del Trienio
Liberal. A la muerte de Fernando VII volvió definitivamente en
1833 y se le ofreció el obispado de Astorga, pero lo rechazó. En
Sevilla presidió la Academia de Buenas de Letras y fue nombrado
canónigo de la catedral hispalense |
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El 21 de julio de 1814 era
restablecido el Tribunal del Santo Oficio, a causa de «las sectas
anticatólicas introducidas en la nación durante la guerra de la
Independencia». Como consecuencia de la acción inquisitorial llegaron
a poder del Santo Oficio español los libros de actas y listas de
masones de algunas logias, como, por ejemplo, La Beneficencia de
Josefina, sita en Madrid, de la que se conservan hasta ciento seis
nombres de sus componentes, de los que diez corresponden a
eclesiásticos, entre ellos el abate Muriel, el biógrafo de Carlos IV.
Entre los miembros de las logias Santa Julia y San Juan de
Escocia de la Estrella de Napoleón encontramos otros diez
eclesiásticos. En cualquier caso se trata siempre de logias
pertenecientes a la masonería napoleónica introducida en España por la
dinastía bonapartista.
Está pendiente de hacerse un estudio
profundo de las sociedades secretas del primer tercio del siglo XIX: Y
no sólo de la masonería, sino de
la carbonería, comunería, de las sociedades patrióticas, de los
anilleros, de los reformadores, de las sociedades de amigos, de las
asociaciones de estudiantes, iluministas, etc. En este sentido hay que
hacer constar la intromisión foránea, que desvirtuó el espíritu de
muchas sociedades secretas y las apartó de su auténtico y primitivo
fin. De esta manera, la ideología teísta y objeto filantrópico que les
eran propios en el siglo XVIII quedaron en no pocos casos —sobre todo
en los países latinos— superados o arrasados por la irrupción de los
intrusos revolucionarios románticos, que utilizaron dichas sociedades
secretas, y en especial la masonería, como plataforma para la
preparación de la revuelta romántica.
Por otra parte, en la prensa y
escritos antirreformistas, al atacar a los liberales, muchas veces se
insinúa o incluso se afirma categóricamente que éstos eran adictos a
la masonería. Para no pocos conservadores clericales el liberalismo no
era sino una conspiración masónica permanente.
Estamos, pues, ante un grupo social,
los masones, cuya existencia es considerada por unos como un
instrumento en manos de los franceses, y por otros como los portadores
de una ideología que anunciaba mejoras y reformas y que además
predicaba la libertad.
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El Hermano José Mejía Lequerica (Quito,
1777- Cádiz, 1813) obtuvo el título de Bachiller en Medicina y luego
el de Cánones (Leyes). En Cortes de Cádiz fue designado diputado por
Santa Fé de Bogotá defendiendo la libertad de expresión y de imprenta,
criticando duramente a la Inquisición, combatió la explotación a los
indios y las servidumbres de cualquier clase |
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Hasta el año 1813 no tenemos noticias
de una logia gaditana de matiz liberal. Alcalá Galiano nos cuenta su
entrada en ella en octubre de ese año. Allí encuentra a Mejía Lequerica y a Francisco Istúriz. No obstante, la masonería apenas tuvo
importancia en el Cádiz de las primeras Cortes. Sin embargo resulta
llamativo el que se haya dicho y se siga diciendo, con un
desconocimiento histórico de la realidad del momento, que casi todos
los diputados de Cádiz se afiliaron a la masonería, siendo en su seno
donde se elaboró la Constitución de 1812.
Pero también es importante recordar
que los hombres, las ideas y las instituciones dan un cambio radical
con la vuelta de Fernando VII. Es ahora cuando resulta que esa
masonería que de 1809 a 1814 fue considerada por muchos como
antipatriótica porque era un instrumento en manos de los franceses y
del rey «intruso», ahora en 1820, con el regreso del exilio de tantos
españoles adquiere una nueva vitalidad y orientación al presentarse
solidaria de una ideología que es precisamente la que anunciaba
mejoras y reformas y además predicaba la libertad.
Con este programa la masonería se
atrajo a los intelectuales de la época, y, sobre todo, a la juventud.
Los mismos masones fueron los primeros en hacer creer que la labor de
las Cortes de Cádiz había sido inspiración suya. No falta quien
asegura que la masonería les tendió a los emigrados políticos
españoles, primero en Inglaterra y después a su llegada a España, la
única mano amiga, con lo que logró acreditarse ayudándoles en los
momentos más difíciles. Esto que en el caso de Francia es más claro,
sin embargo no lo es tanto en el de Inglaterra, ya que en los archivos
de la Gran Logia de Inglaterra no hay un solo documento que lo
confirme. Concretamente no hay rastro en las listas de masones de
Londres, de ninguno de los siguientes españoles, que pueden ser quizá
los más representativos: general Miguel R. de Alava, Antonio Alcalá
Galiano, Agustín Argüelles, José Mª Calatrava, José Canga Argüelles,
Juan Florán, Manuel Flores Calderón, Álvaro Flores Estrada, Ramón Gil
de la Cuadra, Francisco Javier Istúriz, Juan Ignacio López Pinto, Juan
Alvarez Mendizábal, general Francisco Milans del Bosch, general Juan
Palarea, Juan Romero Alpuente, general Evaristo San Miguel, general
José Mª Torrijos, Cayetano Valdés.
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Juan Álvarez Mendizábal (Chiclana
de la Frontera, 1790 - Madrid, 1853), masón, político, diputado y
economista español. Condenado a muerte por el
absolutista Fernando VII, se exilió en Londres. En 1834 el conde de
Toreno le invitó a volver a España y fue nombrado ministro de Hacienda
en 1835, alcanzando la Presidencia del Gobierno en lugar de Toreno el
25 de septiembre. Llevó a cabo los decretos desamortizadores de 1836.
La reina gobernadora le depuso el 15 de mayo de 1836, aunque volvió a
ser ministro de Hacienda con Calatrava después de la Revolución de
1836. Durante la época del General Franco se retiró su nombre a una
calle de Madrid y su estatua de una céntrica plaza de la capital, de
la que llegó a ser Alcalde
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Alcalá Galiano confiesa en sus
memorias que ingresó en la Orden por el convencimiento de que le
traería grandes ventajas en sus viajes. Por lo que respecta a Lista,
confiesa que su ingreso en la masonería «fue más un objeto de
curiosidad que otra cosa». Respecto a la logia en que se dice ingresó
Alcalá Galiano, así como la atribuida al conde de Toreno no tenemos la
menor noticia documental.
Y si de Cádiz pasamos a Hispanoamérica
y al presunto influjo de la masonería en su independencia, nos
encontramos con otro de los puntos conflictivos y polémicos de la
historia de la masonería española. Según los datos recogidos en el
Diccionario Enciclopédico de la Masonería, de Frau y Arús, se
puede decir que, de hecho, la masonería se introdujo en Hispanoamérica
ya entrado el siglo XIX. Las fechas que se dan para los distintos
países son las siguientes: Venezuela (1809), Chile (1817), Colombia
(1827), Perú (1830), México (1840), Uruguay (1855); en 187 se crea el
Supremo Consejo del Rito Antiguo y Aceptado para la América Central,
cuyo centro se establece en San José de Costa Rica; puerto Rico
(1871), Paraguay (1889), Panamá (1907), Bolivia (1916), etc.
La aparición de la masonería es, pues,
en la mayor parte de los casos bastante posterior a la independencia.
Y en los otros casos cabría preguntarse si la presencia de la
masonería en Hispanoamérica es causa o más bien consecuencia de la independencia. Tan solo consta la presencia de algunas logias
masónicas a finales del siglo XVIII, y por consiguiente anteriores al
movimiento emancipador, en cuatro países: Cuba, Argentina, Nicaragua y
Santo Domingo.
Este aspecto del papel desempeñado por
los llamados libertadores o prohombres de la independencia, en cuanto
miembros o no de la masonería, es una cuestión que necesita,
igualmente, de clarificación, ya que la misma divergencia que existe
respecto al general San Martín, se puede apreciar en el caso de Simón
Bolívar. De éstos quizá el más curioso resulte el decreto de
prohibición de las sociedades secretas dado por Simón Bolívar en
Bogotá, el 8 de noviembre de 1828, en el que quedan anatematizadas
«todas las sociedades o confraternidades secretas sea cual fuere la
denominación de cada una». De esta prohibición de Simón Bolívar, a
quien junto a Francisco Miranda se suele situar en las filas de la
masonería, siendo éste precisamente uno de sus títulos de gloria o
denigración (según el ángulo con que se mira), se suele hablar poco.
No obstante, resulta curiosa la fundamentación ideológica que el mismo
Bolívar hace en dicho decreto de la subsiguiente prohibición. Dice
así: “Habiendo acreditado la experiencia, tanto en Colombia como en
otras naciones, que las sociedades secretas sirven especialmente para
preparar los trastornos políticos, turbando la tranquilidad pública y
el orden establecido; que ocultando ellas todas sus operaciones con el
velo del ministerio hacen presumir fundadamente que no son buenas, ni
útiles a la sociedad, y por lo mismo excitan sospechas y alarman a
todos aquellos que ignoran los objetos de que se ocupan, oído el
dictamen del Consejo de Ministros…”.
Extractado de: José A. Ferrer Benimeli, "Las Cortes de Cádiz, América y la masonería", en
Cuadernos Hispanoamericanos, América y las Cortes de Cádiz,
Octubre nº 460 (1988), pp. 7-34.
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